Ultramaratones con sandalias
- Laura Fariña
- 24 jul 2020
- 3 Min. de lectura
Hoy estoy con algo de rabia y tiene que ver con la conciencia de que, como sociedad, tenemos mucho más que hacer por la infancia y adolescencia a la que le tocó complicado, y mucho más que hacer por las familias y profesionales que conviven o trabajan con ellos. Voy a compartir mi experiencia y reflexiones, a ver si me ayuda.
Antes del COVID 19, ya era consciente de que había familias adoptantes que se ven desbordadas y perdidas ante lo que significa criar a un hijo con daño y que el apoyo que reciben es insuficiente, que había centros de protección sin los recursos para poder trabajar bien y ofrecer un contexto seguro a los chicos y chicas internados, o que las familias acogedoras son escasas y que a veces no cuentan con el apoyo básico para tan necesaria labor. A todos ellos, el coronavirus les puede haber traído nuevas dificultades y retirado apoyos.
Pero hoy estoy especialmente conectada con la situación en los centros de protección y sus educadores y educadoras: aunque hace años que trabajo en este ámbito y que acompaño a grupos de profesionales del acogimiento residencial por España (con la Asociación para el Reconocimiento y Apoyo a la Crianza Terapéutica), en los encuentros que hemos tenido post confinamiento, esta situación que cuento, me ha sacudido aún más.
Los educadores se enfrentan habitualmente, a retos bien complejos; por ejemplo, intentar que confíen en ellos, cuando muchos de los chicos han aprendido en su propia experiencia que el ser humano daña y no pueden confiar, o se ven consolando sufrimiento inconsolable, o se encuentran con situaciones de violencia, lidiando como pueden.
No es nada fácil trabajar con dolor y defensas, aunque se puede hacer muy bien, y cuando es así, la capacidad de reparación es enorme.
En los encuentros formativos, intentamos pararnos a recordar a los educadores, la importancia de su figura como tutores de resiliencia para que los chicos puedan reparar y elaborar el daño vivido. Y hablamos con los educadores sobre cuidarse a sí mismos.
Y a veces algunos nos traen su experiencia: que no tienen medios, que no les han dado la formación suficiente, que su profesión no está suficientemente reconocida, que … y muchas veces tienen razón.
Y ante esto que yo también veo, intento empatizar con lo que me cuentan y buscar qué postura es la más acertada. Normalmente hablamos de hacer lo que podemos con lo que tenemos, de la responsabilidad individual, del cambio progresivo desde el buen hacer y la autoestima profesional y personal,…
Realmente creo en todo esto, porque he visto cómo estos pequeños o inmensos movimientos crean maravillosas inercias. En más de una ocasión les he compartido el vídeo de la canción de “Movimiento” de Jorge Drexler, donde Lorena Ramírez corre ultramaratones con la ropa tradicional Taramahuara y con sandalias, https://youtu.be/lIGRyRf7nH4 porque pienso que, aunque nos falten recursos, con sandalias se pueden correr kilómetros. Y les digo que no nos paremos, que así cada vez habrá más y más movimiento e iremos consiguiendo cambios entre todos y todas. Hablo de empoderamiento y de hacer valer una profesión completamente necesaria y difícil.
Pero hoy mi rabia no quiere que les devuelva esto. No llega. No me resulta suficientemente honesto.Porque en el confinamiento los chicos de los centros se quedaban sin ver a sus familias, sin sus terapeutas o sin los recursos diarios que les ayudaban a mantenerse a flote, en una situación bien difícil de gestionar. Y allí estaban los y las educadoras doblando turnos, inventando soluciones creativas e intentando sofocar crisis que a la mayoría de nosotros nos dejarían realmente tocados. Así semana tras semana.
No quiero contribuir a los aplausos en el balcón a los educadores, sin más. Merecen ya, zapatillas para correr y muchos no tienen todavía ni tiempo para pedirlas. Si tenemos que volver a confinarnos ya no será de una forma repentina y no será justificable que se repita la misma situación.
Los chicos y chicas que están viviendo en los centros, son especialmente vulnerables a estados de alerta y cambios en su rutina y necesitan más apoyos y más medios. Es básico y justo que reciban la atención adecuada.
Y los educadores y educadoras requieren de cuidado y tiempo para desempeñar su labor que todos podemos apoyar de diferentes formas desde el lugar que nos haya tocado ocupar en la sociedad.
Ala, dicho queda,...gracias si has llegado hasta aquí.
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